El espíritu de Pilates en Navidad

Recién entrado el mes de diciembre, Jesús se encontraba en la sala de espera del centro médico con su mujer, Sofía. No se encontraba demasiado bien, le dolía la espalda y no conseguía descansar.
– ¿Cómo te encuentras cariño? – Preguntó su mujer algo preocupada.
– Sofía hace cinco minutos me has preguntado lo mismo, pues igual, no mejora. Ésta crisis está siendo más fuerte que las anteriores. La maldita espalda me está matando, espero que Carlos me recete algún anti-inflamatorio fuerte. – Respondió Jesús irritado. Su mal humor casi diario comenzaba a molestar a Sofía.
– Sabes perfectamente lo que te va a decir el doctor. Replicó Sofía.
Justo en ese momento se hizo el silencio en la sala y escucharon la llamada por megafonía para que Jesús acudiera a la consulta.
– Que tal Carlos. – Saludó Jesús. El doctor y él eran viejos conocidos desde hacía una década.
– Buenos días doctor. – Saludó Sofía educadamente.
– Buenos días pareja, ¿cómo va todo? Por lo que veo, éste cabezón no muy bien. Se te ve la cojera desde el pasillo. – Bromeó Carlos con esa sonrisa tan característica.
– Ya ves, no estoy en mi mejor momento la verdad, – suspiró profundamente- en el taxi el dolor se hace insoportable. Vengo a que me recetes algo fuerte, ya sabes que se acerca la Navidad y en estas fechas tengo mucho trabajo.
– Jesús ya hemos hablado varias veces de este tema. – Respondió Carlos, esta vez en tono más serio. – Tienes dos protrusiones lumbares, necesitas cuidarte, perder algo de peso y practicar alguna terapia física que te ayude a fortalecer la espalda y a mejorar tu postura. No hay excusas, o te pones las pilas o ya sabes lo que hay. Aún eres joven, ¿cuántos eran?, ¿cuarenta y cinco? – Preguntó el doctor con picardía lo que causó la risa de Sofía.
– Treinta y siete, gracioso, – respondió Jesús, – sabes perfectamente mi edad aunque admito que parezco mayor. Respecto a tus consejos, quizá los tome en consideración a partir de enero, ahora en estas fechas ya tengo bastante con lo que tengo. – Concluyó tajantemente.
– Está bien, tómate esto una vez cada ocho horas – Le dijo Carlos introduciendo la receta en la tarjeta sanitaria electrónica. – Nunca cambiarás… – Sofía asintió con la cabeza lamentándose.
Pasaron tres semanas desde la visita al médico. El día de Noche Buena por fin había llegado. Era primera hora de la tarde, Jesús y Sofía estaban preparando todo lo necesario para la cena de Navidad. Desde que se compraron la casa, todos los años la familia había celebrado las fiestas allí ya que el salón era bastante amplio y disponía de un sótano que acondicionaban como si de una discoteca se tratase. Incluso su primo hacía las veces de DJ para amenizar la noche.
Ese día tan señalado Jesús se encontraba peor que nunca, había dormido poco la noche anterior y el dolor de espalda era tan intenso que decidió ir a la cama a descansar un rato antes de continuar con los preparativos. De camino a la habitación pasó por la cocina y se tomó un relajante muscular. Luego se acostó en la cama y pensó en la mala suerte de encontrarse así, precisamente en Noche Buena. El efecto del medicamento y el cansancio hicieron que cayera dormido en pocos minutos.
-Despierta dormilón. – Escuchó Jesús en inglés despertándose algo confuso. Abrió los ojos, levantó la cabeza y vio la figura de un hombre frente a su cama. Se estremeció al vislumbrarlo en la oscuridad así que encendió la luz de la mesita de noche tan rápido como pudo. Aquel hombre era un señor mayor con el pelo canoso. Jesús apreció en él dos características muy peculiares que le llamaron la atención, la primera es que su físico era destacable e imponente pese a su edad y la segunda, más curiosa, ¡que sólo llevaba puesto unos calzoncillos!
-¿Quién es usted y qué hace en mi casa? – Preguntó Jesús todavía asustado.
– No tengas miedo amigo. Date prisa, levántate y ven conmigo que ya llegamos tarde ¡Vamos! – Contestó aquel hombre con tono serio.
– Que vaya a donde, si es noche buena por favor, ¿Dónde están todos? ¿Cómo se llama usted? – Replicó Jesús desconcertado.
-Me llamo Joe y soy tu Ángel de la Guarda. Esta semana tienes algo muy importante que aprender. Vamos a hacer un viaje que jamás olvidarás. – Joe agarró a Jesús del brazo y los dos desaparecieron de la habitación tras una nube de polvo.
De repente aparecieron sentados en la grada de un pabellón deportivo municipal. Se estaba celebrando una exhibición a cargo de la escuela de judo del barrio. Jesús no daba crédito, cuando no había terminado de reponerse del misterioso viaje se percató que uno de los jóvenes que participaba en el acto era él mismo. Tenía diecisiete años y su aspecto era formidable, transmitía fuerza, energía y vitalidad. Jesús recordaba perfectamente ese día ya que fue su última exhibición.
-Recuerdas ese día, ¿a que sí? – Preguntó Joe.
-Sí, han pasado veinte años pero lo recuerdo muy claramente. – Respondió Jesús. – Fue una gran noche. Entrenamos muy duro durante meses para que la exhibición saliera perfecta. Lamentablemente, ese verano tuvimos que mudarnos debido al trabajo de mi padre y dejé el judo definitivamente. -Jesús permaneció pensativo un instante mirándose a sí mismo realizando técnicas de proyección, caídas, rodamientos y otras de mayor complejidad y de repente, rompió su silencio – Ahora no sería capaz de realizar ni un solo movimiento de todas esas técnicas, te lo aseguro Joe. – Comentó esbozando una sonrisa de tristeza.
-A los ochenta años de edad yo podía realizar movimientos similares sin ningún tipo de problema. –Respondió Joe.
-Si hombre, no me lo creo. Aunque fuera verdad somos personas diferentes. Y yo con lo mío… – Insinuó Jesús refiriéndose a sus problemas de espalda.
– Lo tuyo no es nada, sin lugar a dudas tu actitud y tu visión del problema están más perjudicados que tu espalda. Afortunadamente en tu caso la salud depende de una elección y no de un milagro. – Jesús miraba a Joe con el mismo gesto que miraba a su médico cuando le sermoneaba. – Para que lo entiendas mejor, vamos a continuar el viaje – De nuevo Joe agarró del brazo a Jesús y desaparecieron de aquel lugar.
Aparecieron otra vez en casa y, aunque durante un instante se alegró de volver, de inmediato se dio cuenta que la casa estaba cambiada, la decoración era diferente. Jesús se sorprendió cuando vio a su mujer porque había envejecido. Caminaba hacia la habitación principal y ellos la siguieron. Al entrar Jesús se quedó paralizado cuando se vio a sí mismo. Tenía 57 años y estaba en la cama acostado bastante débil, su deterioro físico era muy significativo. Joe explicó a Jesús que las protrusiones en la columna lumbar habían degenerado a hernias discales con ciática y en ese momento tenía una crisis que le obligó a permanecer en la cama durante todo el día. También le comentó que tales fueron sus problemas físicos que decidió dejar su trabajo como taxista y vivir de sus ahorros durante un tiempo.
Tanto impactó esa escena a Jesús que rompió a llorar desconsoladamente. Se quedó de rodillas a pie de su cama viéndose a sí mismo en aquel estado, escuchando las palabras de Joe, y comprendió que no quería acabar de esa forma siendo aún tan joven, puesto que no llegaba ni a la edad de jubilación. Por primera vez en su vida sintió la necesidad de cambiar, era un sentimiento verdadero que salió del corazón y caló en la razón. Joe lo miró, sonrió y le dijo:
– Hoy has aprendido la lección más importante de tu vida. – Como si de magia se tratase, todo se desvaneció y Jesús se encontró sólo apoyado en su cama mirando a ambos lados con un rastro de lágrimas en sus mejillas. En ese momento se puso en pie, se secó la cara y salió de la habitación caminando con tranquilidad.
Durante la cena Jesús denotaba buen humor y un ánimo especial, cosa que sorprendió a Sofía, que lo observaba atentamente. Mientras tanto, toda la familia conversaba, contaban anécdotas y amenizaban la fiesta. De pronto, casualmente, salió un tema de conversación que inmediatamente captó el interés de Jesús.
-Tengo el cuello fatal, me duele muchísimo. Me tiene amargada ya. – Se quejó la hermana de Jesús, que padecía este dolor desde hacía varios años.
– Pues ya sabes lo que tienes que hacer, hermanita. – Respondió Jesús con seguridad. – Tienes que practicar alguna terapia física y fortalecer esa espalda. Menos quejarse y más actuar. No te preocupes, te voy a ayudar, ahora mismo vamos a buscar por internet algún centro en el que puedan atender nuestras necesidades. Jesús miró a su mujer y sonrió. Sofía le devolvió la sonrisa y comprendió que, pasara lo que pasara en aquella habitación aquella tarde, cambió a su marido para fortuna de todos.